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lunes, 28 de enero de 2013

¡Qué desastre de niño!



Este libro lo he escogido porque también como otros tantos me los leí cuando era pequeño y me gustaba dedicarle una entrada a este libro ya que se identificaba mucho conmigo, ya que yo a veces también pierdo muchas cosas como las perdía este niño. La autora de este libro es Pilar Mateos. En sus relatos destaca la atención a los personajes aislados (marginados hasta cierto punto, o tristes por lo que los rodea, o descontentos de sí), a los que se describe sin moralinas expresas (véase Jeruso quiere ser gente, donde la crítica al tendero no se hace explícita y la reivindicación de los desfavorecidos queda en mostrar que lo diferente no se identifica con lo malo). Aparte, en sus historias se funden la realidad y la imaginación, por lo que en medio de un ambiente realista podemos encontrar lápices que dan existencia a lo dibujado (Historias de Ninguno), vendedores de cocodrilos (Molinete) o niños que a voluntad se convierten en caballos (El rapto de Caballo Gris). En particular, en su obra hay una idea central que indica que la fantasía y los sueños tienen el poder de crear nuevas realidades, situadas al mismo nivel de experiencia que la cotidiana.


Pilar Mateos es así misma autora de una particular expresividad estilística: no tanto por un léxico extraño o infrecuente, ni por el uso de dialectalismos, como por el empleo de imágenes poéticas que se integran en las descripciones sin aspavientos ni pedantería.

Este libro trata de un niño que se llamaba Fermín. Vivía con sus padres, con su hermano y con su abuela en su casa. Era un desastre porque siempre lo perdía todo. Un día en el colegio perdió la voz. Tras estar buscando la voz y no encontrarla, llegó a su casa. Durante se peleó con su hermano (dos años más chico que él y era muy bueno) y su padre los mandó a los dos a acostarse. Cuando estaba en la cama llegó su voz y empezó a decir a gritos en la casa que quería ir al parque de atracciones, que quería comer chocolate con churros y también empezó a decir a voces que nadie lo quería y que todos preferían a su hermano Pedro porque no perdía las cosas. Al oír esto sus padres, su hermano y su abuela se dirigieron al cuarto y le dijeron que no pensase así, que eso no era cierto. A la mañana siguiente, su madre le hizo chocolate con churros, su voz se metió en la taza y el corriendo se la bebió para que no se pudiera escapar. Y su padre lo llevó al parque de atracciones.
 
 

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